¿Usted cree que los datos se comunican o se conectan? ¿La comunicación es entre dos actores y la conexión se refiere a una red? En su relación habitual con sus clientes, en su modelo de prestación de servicios, cuando leen este artículo, envían un correo electrónico o un mensaje, cuando hacen una compra a través de una app ¿cree que están conectados o participan de una comunicación? Su empresa, su organización, su actividad profesional ¿comunica o conecta? Hacen las dos cosas, sólo una, no ve gran diferencia; si le cuesta decidirse, o simplemente siente curiosidad, por favor siga leyendo, a ver si juntos conseguimos aclararnos sobre esto.
Hace unos pocos días, el Secretario de Estado norteamericano Mike Pompeo, en un discurso que dio en Londres con motivo del 40 aniversario del acceso al poder de Margaret Thatcher, lanzó una severa advertencia al gobierno británico por sus planes de contar con la empresa china Huawei para el despliegue de la red 5G. En su alocución se sirvió de un truco retórico para apelar a los más elementales instintos de la orgullosa isla de nuestro continente, preguntándose si la desaparecida Dama de Hierro hubiera permitido que China controlase internet. Una aseveración de la que interesa menos esa cuestionable referencia a la antigua dirigente inglesa, que el expreso y elocuente temor a un internet dominado por el gigante asiático. Algo que enfatizó al afirmar que “China pretende dividir las alianzas occidentales con los bits y los bytes, no con balas y bombas. Sabemos que el 5G es una decisión soberana, pero debe adoptarse con el más amplio contexto estratégico en mente”. Para el asunto que hoy nos trae, nos podríamos preguntar si en el fondo esto va de quién gana en la próxima aceleración de las comunicaciones móviles, o más bien se refiere a cómo el mundo se va a conectar en un futuro próximo. Es obvio que Europa debería tener criterio propio, algunos hablan de “autonomía digital”. Pero por lo pronto reconozcamos, nobleza obliga, que el sr. Pompeo ha sido de gran utilidad en este sutil dilema que hoy nos ocupa.
En un reciente artículo de un diario digital, titulado “El descenso del Huesca devuelve al olvido al aeropuerto de la ciudad”, se describe la perfecta correlación entre número de viajeros aéreos y partidos de fútbol de primera división jugados en esa localidad. Hasta un 473% de variación. Es obvio que la posición liguera de su equipo no guarda relación directa con sus infraestructuras de comunicación aérea, sino que se refiere a la circunstancia de “conectarse” con esa realidad eventual. Y eso nos pasa a todos, a todas horas, porque nos interesa más recibir y enviar diversas e inmediatas comunicaciones, que el método de cómo nos conectamos. Grandes empresas están en el negocio de conectar el mundo a través de las comunicaciones interpersonales, como Amazon o Google, que ofrecen para eso los famosos “altavoces” inteligentes. Si le echan un vistazo a la oferta “Alexa for business”, descubrirán cómo Amazon entra en la intimidad de la personas y empresas, conectando a través de su dispositivo inteligente, más pequeño que un libro de bolsillo, todas las comunicaciones de sus usuarios y terceros relacionados, tanto en sus hogares como en las empresas en las que trabajan, en sus salones, sus cocinas, sus dormitorios, su vehículo, en salas de reuniones, en sus despachos, en sus agendas, en el envío y custodia de documentos, en sus contactos, en oportunidades, en proyectos y contratos, en sus secretos, en sus problemas, sus debates y preocupaciones, en sus malas decisiones y errores, en sus estados de humor y sus debilidades. Un servicio que algunas grandes empresas españolas, alguna pública, ya ofrecen a sus propios clientes.
Una fina separación entre comunicación y conectividad, en esas ofertas masivas, que resulta tan delgada que se ha demostrado políticamente incorrecta, porque no están diseñadas para filtrar las comunicaciones, salvo que tengan un interés comercial, como se demuestra con la llamada “subasta en tiempo real” de los datos privados para que los anunciantes pujen por la colocación de un anuncio. Hasta ahora estas plataformas tecnológicas se declaraban irresponsables de la actividad de sus usuarios, porque, según alegaban, incluso en tribunales y en comisiones parlamentarias, se limitan a facilitar la comunicación de sus clientes a través de sus servicios de conectividad sin intervenir en esta. Pero ¿realmente es todo tan inocente como dicen? Algo de esto hay en el fondo de la significativa tensión política y comercial en torno a Huawei, con el último capítulo de la ruptura de Google y otras grandes compañías.
Pero si ese altavoz inteligente lo escucha todo y puede acceder a todo, también los empleados de las empresas que los venden, cabe preguntarse si estas deberían denunciar las infracciones legales que detecten. Si estos artilugios oyen una agresión machista, una conversación entre ladrones o los gritos de un atracador ¿deberían avisar automáticamente a la policía o a la empresa de seguridad sin esperar una orden del amenazado propietario del aparato? Un ignorado asunto que parece haber sido in directamente respondido en estos días por corporaciones tecnológicas como Google, Youtube, Amazon, Facebook, Microsoft, Twitter, mediante su rauda adhesión al llamado “Manifiesto de Christchurch”. Una iniciativa del Presidente Macron y la Primera Ministra de Nueva Zelanda, para comprometer a gobiernos y responsables de las grandes empresas de Internet a actuar de manera conjunta para prevenir y eliminar los contenidos terroristas y la violencia extremista en las redes sociales, tras la retransmisión en directo de los 51 asesinatos cometidos por un salvaje ultraderechista australiano en Nueva Zelanda hace pocas semanas. Porque dejando al margen de si este terrible asunto es una cuestión a resolver mediante bienintencionados manifiestos, tras conocerse que Facebook eliminó más de 1,5 millones de videos de este ataque en la primera hora de su publicación, o que haya anunciado que prohibirá el uso de su aplicación Live, que facilita emitir videos en tiempo real, a cualquier usuario que viole las normas de esta red social sobre organizaciones o individuos peligrosos, parece que esto no va realmente de conectividad sin intervención en la comunicación, sino que ya se ha cruzado esa línea roja que hasta ahora les había evitado cumplir las mismas leyes que el resto de los mortales.
Es obvio que la gran batalla de estos tiempos es la conectividad, porque la comunicación se ha convertido en su subproducto. Mientras millones de empresas se afanan con loable denuedo en altavoces, webs, apps, newsletters, anuncios, patrocinios, congresos, ferias, experiencias de usuario, y otros esfuerzos de este tenor, son pocas las que reflexionan críticamente sobre cómo conviene relacionarse con una realidad cada vez más enrarecida y estrecha. Una complejidad que demanda una nueva inteligencia estratégica empresarial y pública, que acote, y cuando pueda eluda o balancee, la dependencia de esas facilidades de conectividad de quienes dominan los espacios de relación que se despliegan sobre las convencionales infraestructuras de telecomunicaciones, como internet o smartphones; valorando otras alternativas para infinidad de procesos, como las comunicaciones de banda estrecha, M2M de baja potencia y agentes sin licencia, y sobre todo apostando por soluciones creativas e innovadoras alejadas del actual pensamiento tecnológico único que nos domina. Para la participación activa en nuestro destino, para pensar en serio del futuro del negocio de cada uno, en medio del actual frente tecnológicamente bélico, hay que migrar de un promisorio IoT a una más versátil “CoT”, de un prematuramente problemático Internet de las Cosas, ansioso por el geoestratégicamente polémico 5G, hacia una más racional Conectividad de las Cosas. Y eso pasa por liberarse de ese síndrome tan abundante de la pereza tecnológica, propia de compradores pasivos y acríticos, para reformular esa imprescindible combinación de negocio, relación con clientes y seguridad, porque es en esta tríada donde actualmente se libra esa guerra global por la conectividad del futuro; esa que en realidad sólo se refiere a comunicar máquinas y personas, enviar y recibir datos, y sobre todo a detectar y responder con eficacia, de manera personalizada, a situaciones concretas ubicadas en tiempo real.