A principios de 2018 los titulares de los periódicos alrededor del mundo anunciaron que Ciudad del Cabo, la segunda ciudad más grande de Sudáfrica, con 3.7 millones de habitantes, estaba a punto de quedarse sin agua potable. El ‘Día Cero’, como ya lo habían denominado muchos, llegaría el 12 de abril. Ese día comenzaron los racionamientos y se activó el plan de contingencia. La ciudad no llegó a quedarse sin agua potable y la crisis pudo evitarse (al menos por el momento). Después de esto, recientemente hemos vuelto a oír que la ciudad de Chennai, una de las más grandes de India con 7 millones de habitantes, estaba también haciendo frente a una crisis por el agua. La pobre gestión de este suministro, las pocas lluvias, una época fallida del monzón y el continuo crecimiento de la población hicieron que las cuatro reservas que normalmente suministran el agua a la ciudad quedaran prácticamente secas. El gobierno Indio inauguró un servicio especial de trenes para traer 2.5 millones de litros de agua a una población desesperada.
El agua es nuestro recurso más valioso. El agua influye en cada uno de los aspectos del desarrollo y es vital para la salud, para los alimentos, para generar energía y para crear trabajo. En pocas palabras, es fundamental para la vida. Sin embargo, no hay mucha disponible. El planeta está formado por un 70% de agua salada y sólo el 3% del agua en el mundo es dulce, y de ésta sólo el 1.5% es accesible…el resto está bloqueada por glaciares o en profundos acuíferos. Además, el agua que actualmente estás disponible no llega a todos los humanos del planeta. Alrededor del 90% de la población usa servicios básicos de agua – que consiste en una fuente de agua a la que para llegar tienen que emplear 30 minutos de ida y otros 30 de vuelta – mientras tanto, 785 millones de personas carecen incluso de este servicio. Y esto, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, puede incluso ir a peor: para 2025 la mitad de la población mundial vivirá en áreas con carencia de agua. ¿Es posible entonces que se den más “Días 0” y trenes de agua en el futuro?
En el informe World Economic Forum’s 2019 Global Risk Report la crisis de agua aparece en el top 10 de los riesgos que amenazan al crecimiento económico ocupando el puesto número 4 en términos de impacto y el 9 en lo relativo a que esto se dé dentro de un periodo de diez años. Otros problemas medioambientales como las temperaturas extremas y el cambio climático también se consideran críticas. Además, en el informe de la OCDE ‘Securing water, sustaining growth’ se ha declarado que conseguir la seguridad del agua se convertirá en algo cada vez más complicado mientras que el cambio climático se intensifique, la población siga creciendo y por la demandas del crecimiento económico.
La crisis del agua tiene tanto causa humanas como naturales y de acuerdo con la OECD se puede agrupar en cuatro grandes grupos de riesgo. El primero sería la escasez de agua, que combina la disponibilidad del agua en la naturaleza con el uso humano de la misma, y su variación mes a mes y año tras año. La escasez tiene un gran impacto tanto a nivel humano como medioambiental. Un buen ejemplo de esto es la “Sequía del Milenio” por la que grandes área del sudeste de Australia experimentaron un gran sequía combinada con el crecimiento de la población entre 1996 y 2010. El segundo riesgo son las inundaciones, que impactan directamente en la industria y en los hogares y en la que las zonas costeras son particularmente vulnerables. Un tercer riesgo es el inadecuado suministro de agua y su saneamiento lo cual es consecuencia de las instituciones y las infraestructuras que no son capaces de proporcionar un adecuado suministro de agua. Finalmente, el cuarto riesgo incluye riegos relacionados con la mano del hombre como son la degradación de los ecosistemas y la contaminación.
Las buenas noticias a todos esto es que estos riesgos pueden ser controlados. Recientemente, el Instituto Mundial de Recursos (con sus siglas en inglés WRI) publicó su versión 3.0 de Aqueduct, un atlas mundial de los riesgos del agua. Este informe mide los riesgos del agua en tres categorías (cantidad de riesgos físicos, calidad de riesgos físicos y riesgos regulatorios y reputacionales) y en trece indicadores. Cinco de esos indicadores se basan en un modelo hidrográfico que mide el estrés hídrico, el agotamiento del agua, la variabilidad estacional e interanual y la disminución del agua subterránea. El resto de los indicadores consideran aspectos como las inundaciones, las sequías y el saneamiento. A cada uno de los indicadores se les otorga un peso y Aqueduct lo convierte en un índice que va de 0 a 5, de muy bajo a extremadamente alto estrés hídrico.
Las malas noticias es que ya se han realizado las medidas y la situación actual no es demasiado halagüeña. Aqueduct ha revelado que 17 países – hogar del 25% de la población mundial- se enfrentan a niveles muy altos (más de 4 puntos) de estrés hídrico. Muchos de estos países están localizados en el medio este y el norte de África e incluye ejemplos como los Emiratos Árabes Unidos, Israel, Líbano, Irán y una alta población de India. Esto en realidad no debe sorprendernos si tenemos en cuenta la poca disponibilidad física de agua en estas tierras tan secas. Sin embargo, un segundo grupo de 26 países que hace frente a estos altos niveles de estrés incluyen a algunos como Chile, Italia, Méjico y España. Además, el informe ha descubierto que la falta de agua solo están aumentando y no hay signos de que disminuya la velocidad. Como demuestra la siguiente imagen, la situación es alarmante. En el siguiente enlace se puede encontrar un mapa más detallado de Aqueduct 3.0

¿Qué podemos hacer para mitigar estos riesgos y garantizar el acceso al agua para todos? En la era de una creciente demanda de agua, incremento de la población y cambio climático pasar un uso más eficiente y sostenible del agua es crítico. Para conseguirlo hay dos formas: estrategias relacionadas con el suministro, que incluyen aumentar la capacidad (por ejemplo, construir embalses o defensas estructurales contra inundaciones) y cambiar las reglas de operación para las estructuras y sistemas existentes; y estrategias relacionadas con la demanda, con su gestión y el cambio de las prácticas institucionales. Esto en la práctica se traduce en tres formas de reducir el estrés hídrico: incrementar la eficiencia en la agricultura – haciendo que cada gota de agua cuente; invirtiendo en infraestructuras (humedales y cuencas hidrográficas); y tratamiento, reutilización y reciclaje: las aguas residuales pueden reciclarse.
¿Estamos a tiempo? De acuerdo con las Naciones Unidas se apunta a garantizar la disponibilidad y la gestión sostenible del agua y el saneamiento para todos en el año 2030. Sin embargo, de acuerdo a lo que este organismo indica no todos los países van a estar en disposición de una implementación plena para integrar y gestionar los recursos hídricos. El tiempo (y el agua) corren. Quizás lo que necesitamos para comenzar a actuar y actuar más rápido es una advertencia de estilo “Día Cero”. En Ciudad del Cabo, lo que evitó la crisis fue una combinación de política gubernamental y cooperación a gran escala por parte de residentes que sabían que se estaban quedando sin agua. No fue una bala de plata, sino un aluvión de esfuerzos que evitó el desastre. Desviar el agua de la agricultura a las ciudades, tarifas más altas para los usuarios que más gastan, un nuevo sistema de presión de agua, campañas de conciencización sobre la sequía, menor consumo de carne y duchas más cortas, lo que sea.
Parafraseando al Ben Franklin, solo conocemos el valor del agua cuando nos falta. Esperemos (y actuemos) para que este no sea el caso.
Miguel Ángel Lara Otaola