Al comenzar a escribir esta edición, el 25 de marzo de 2020, a las 10:00am, el mundo había registrado un total de 446,087 casos de COVID-19, la enfermedad infecciosa causada por el coronavirus. Esto representó un aumento en 340,194 casos desde nuestro último informe, apenas hace dos semanas, el 7 de marzo. Es claro que esta enfermedad avanza a pasos agigantados (como en la edición anterior, ponemos a su disposición la información actualizada del número de casos en tiempo real aquí). A pesar de ello, hay buenas noticias. Entre ellas: la mayor parte de la gente con la enfermedad se recupera, el número de casos nuevos donde inició la enfermedad está disminuyendo, y se han tomado medidas para prevenir contagios.

Sin embargo, el propósito de esta nota no es científico o médico, y lo que haremos es analizar brevemente el impacto económico (presente y futuro) de esta crisis. Apenas el 31 de diciembre, el gobierno de la ciudad de Wuhan, China confirmaba que autoridades de sanidad habían tratado docenas de casos de neumonía por ‘origen desconocido’. Tan sólo 3 meses después, la enfermedad había impactado todo el globo, llegando a 6 continentes y con casos en lugares tan remotos tomo Timor Oriental y las Islas Turcas y Caicos. Esto, naturalmente, ha traído y traerá consecuencias financieras y económicas importantes.

La pandemia de COVID-19 presenta características únicas, ya que afecta tanto la oferta, como la demanda, los dos componentes básicos de un mercado libre. Por el lado de la oferta, este virus ha afectado enormemente la cadena de suministro. China es la fábrica mundial y se vio forzada a interrumpir operaciones. Así, sin componentes y partes hechas en China, muchas fábricas y ensambladoras en el resto del mundo se verán obligadas a reducir o suspender su producción.  Por otro lado, el virus reduce la demanda general. Con personas en cuarentena, negocios cerrados y reducciones o cancelaciones de contratos se tienen menores ingresos y un menor gasto. A esto podemos sumarle la suspensión de eventos que generan ingresos, desde las olimpiadas de verano 2020 en Tokio hasta la peregrinación anual de 12 millones de musulmanes a la Meca, en Arabia Saudita. Esto lleva a caídas en consumo, inversión y comercio. Por supuesto, el impacto no es uniforme en todos los sectores: mientras el transporte aéreo y los restaurantes enfrentan riesgos grandes, hay otras actividades que por su naturaleza se afectan menos, como la construcción. Aquí un análisis.

Y en un futuro, ¿Qué expectativas podemos tener? Debemos entender que se trata de un virus resistente que respondió a la globalización y que por ello seguirá entre nosotros al menos todo 2020. En primer lugar, surgió en China, una economía global (la segunda del mundo) con vínculos con la mayoría de países y con una alta movilidad poblacional. Y, por si fuera poco, surgió en una ciudad con 11 millones de habitantes y cuyo aeropuerto, solo en 2018 atendió a 24.5 millones de pasajeros. Uno de esos vuelos, era un puente aéreo entre Wuhan y Roma, en Italia –segundo país más afectado-, por la industria del cuero. La gráfica 1 nos muestra la importante relación entre globalización y número de casos de la enfermedad. En segundo lugar, se trata de un virus altamente contagioso y duradero. Se detectó, por ejemplo, que la molécula del virus sobrevivió hasta por 17 días en superficies del crucero ‘Diamond Princess’.  Con estos factores, no extraña la dura declaración hecha por Ángela Merkel, Canciller de Alemania, en la que señalaba que entre 60 y 70% de la población alemana sería infectada.

Gráfica 1. Índice de Globalización y número de casos por país (al 17 de Marzo).

Fuente: https://bit.ly/2UjMPxg

Con esto en mente, es natural que se siga teniendo un impacto económico. Como recientemente lo sostuvo una editorial de Bloomberg, el COVID-19 es también ‘un virus de la mente’, expresándose en el comportamiento de actores económicos –ya sea turistas, directore/as generales o jefe/as de estado. Así, y con la combinación de efectos negativos en la demanda y en la oferta (Además del impacto económico de aquellos que desafortunadamente enfermen o pierdan la vida) se han hecho varios pronósticos y estimaciones económicas.  Bank of America, por ejemplo, ha señalado que 2020 será el peor año para el mundo, desde la crisis financiera global de 2009. Por su parte, Goldman Sachs calcula una contracción en la economía global del 1% para 2020, incluso mayor que la registrada en 2009. Finalmente, Merril Lynch ha sido claro con el impacto futuro en su ‘Capital Market Outlook’ del 23 de marzo: el 70% de la economía americana se compone del consumo, y si se reduce este, no solo se reduce la economía americana, pero también la economía mundial.

Sin embargo, y si bien habrá COVID-19 para rato (y con él una importante contracción económica, especialmente en ciertos sectores de mayor riesgo), esto no quiere decir que el mundo se detendrá por completo (como a veces parece a juzgar de la situación en algunos países, empresas y personas). Por un lado, la pandemia tendrá un pico y después disminuirá. Hoy, por ejemplo, las tasas de casos nuevos y de fallecimientos en Italia disminuyeron por primera vez. Y hoy, también y después de largos 2 meses, China levantó la cuarentena a los 50 millones de habitantes de Hubei, y el 8 de abril se reestablecerá la actividad en Wuhan. Por otro lado, distintos países estimularán sus economías a través de distintas medidas fiscales y monetarias. Hoy también, la Casa Blanca y el Senado en Estados Unidos lograron un acuerdo  para inyectar US $2 trillones de dólares a la economía, considerado el “paquete de rescate más grande en toda la historia americana”. En promedio, expertos estiman que la fase principal de pausa económica dura en promedio 12 semanas –por país-. Este, aunque no es un periodo corto, debe darnos un respiro para saber que regresaremos a la normalidad, idealmente con lecciones para una mejor sociedad. Al tiempo.

Miguel Ángel Lara Otaola